LA FÁBRICA DE HILADOS Y TEJIDOS SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA EN 1916

Por: Mirtha Leonela Urbina Villagómez*

En 1916 y 1917, Querétaro padeció una gran hambre como resultado del movimiento revolucionario. El vagabundaje y la mendicidad se incrementaron y ocurrieron muertes de infantes por inanición. Como la de la niña de 12 años Severa Rico, encontrada el 30 de octubre, por la Estación del Ferrocarril. Signo de la pobreza fue el incremento de robos en las textileras de Querétaro. San José de la Montaña –después llamada Farmer y más tarde Lanas Merino- era propiedad del industrial queretano Dionisio Maciel Villa. Entonces tenía 37 años de edad y vivía en la calle de Juárez núm. 73. Había amasado una fortuna pues suya también era la fábrica de tejidos de algodón, bolita y seda El Movimiento, ubicada en la calle Biombo núm. 3, donde ofrecía al público “elaboración de tejidos en varios ramos y con posibilidad de satisfacer en el acto todos los pedidos de sus numerosos consumidores”. Y un surtido constante y sumamente variado de rebosos y cambayas, hilazas, pabilo, grana, añiles, percal, paños, estampados, etc. Administraba directamente sus factorías y participó en las exposiciones industriales enviando muestras de sus productos. En 1904, participó en la Exposición Universal de San Luis Missouri. Además, era dueño de la tienda La Borrasca, también en la calle del Biombo, donde se prestó a negocios ilícitos al comprar ropa robada el 9 de diciembre al almacén de abarrotes El Puerto de Liverpool, del francés Agustín Laugier.

La fábrica de San José contaba con varios departamentos de producción, cada uno a cargo de un responsable, y con una carpintería. En el piso superior de sus oficinas, y en cuartos ubicados en su perímetro, dormían trabajadores de puntos distantes. Contaba con un responsable de las máquinas, además de un mecánico que las reparaba. Un escribiente contaba y vigilaba los materiales: en cada turno registraba tanto las hilazas utilizadas por cada obrero, como sus sobrantes, para evitar el robo de las más mínima menudencia de hilo. Un vigilante cuidaba la factoría de día y otro la velaba.

Las condiciones laborales de los trabajadores en las textileras eran muy precarias. Frecuentes eran los accidentes laborales. Por ejemplo, ese año, el operario Víctor González sufrió una herida al meter la mano en una máquina cargadora. El propietario justificó los hechos apelando a que Víctor ignoraba su funcionamiento. El informe del médico del hospital militar de Querétaro, asentó el 25 abril: “herida por machacamiento en la mano izquierda que causó la pérdida de los dedos índice y medio é hiriendo el anular con fractura de falanges. Esta herida lleva en curación siete días y sanará en sesenta días aproximadamente”. Fue dado de alta el 16 de junio y la cuenta de gastos –que ignoramos quién pago- ascendió a 76.20 pesos, en papel infalsificable. El médico Carlos Alcocer dictaminó “una impotencia en su mano, al parecer temporal”. Con certeza, quedó imposibilitado para trabajar.

Otro problema de las fábricas textileras fueron la sustracción “hormiga”. En febrero, debido a los frecuentes robos en la Hércules, la policía realizó varios cateos en las calles de la “parte alta de la ciudad de Querétaro”. Fue así que llegaron a la Carrea de la Quinta (Circunvalación), a la casa de Vicente Sánchez letra C, donde encontraron unas canillas robadas. Vicente declaró que se las había vendido Julia Duarte, que vivía en la Estampa de la Cruz núm. 19. El presidente municipal Antonio Camacho informó el 16 de marzo que un agente de seguridad la apresó, manteniéndola incomunicada en la cárcel de su sexo, acusada de “tenedora de casas robadas”. A Julia le incautaron “doce canillas de trocil de pie y una trama, todas con hilaza ecepto una”, propiedad de la Hércules, pero también “siete canillas de pié, dos con hilaza tres con trama con hilaza también y un carrete”, de San José de la Montaña. Las hilazas eran de varios colores: azul, blanco y rojo. El carrete vacío era de madera. Julia nunca había sido obrera de la fábrica, así que para la policía era preciso apresar a los que encubría. El industrial Alfredo Snowden -administrador de la Hércules, de 39 años, con domicilio en la misma fábrica- explicó que sus trece canillas incautadas valían 10 pesos. Los peritos las valuaron en doce pesos, no en plata sino “en la emisión de billetes infalsificables”.

Julia era una viuda ya mayor de edad. Declaró que hacía como un mes había ido a lavar su ropa “al Placer”, en la Quinta y al término del día, al retornar a casa, encontró un envoltorio tirado en el suelo, que contenía las canillas, que estaban llenas de tierra y envueltas en un trapo sucio. Las recogió porque una mujer le comentó que unos hombres habían tirado un barril, en cuyo interior estaban las canillas. Un día antes de su detención, se encontró a Vicente N., un cambayero de Carrera de la Quinta, a quien las vendió en un peso. En octubre fue declarada culpable, pero la pena era menor a los sietes meses que ya llevaba en la cárcel, así que fue liberada el 1º de noviembre.

La sustracción de materiales de las fábricas era imposible sin la complicidad de algunos obreros o vigilantes. El 2 de septiembre, Maciel se enteró de la desaparición de un pavo de su corral. Además, el mecánico J. Trinidad Monroy le avisó que en la carpintería “una cómoda se encontraba abierta”. Con ojo vigilante se presentó en la factoría y detectó la falta de unos tablones de madera, así como unas molduras, de escaso valor comercial, pero -agregó- para él “algún valor industrial representan”. Así que demandó por robo a sus vigilantes. Catarino Gómez, de 18 años apenas, cuidaba la fábrica de día y alimentaba a los animales del corral. El velador de noche era su padre Pedro Gómez, un jornalero casado, de 54 años. Ambos eran de San Felipe Torres Mochas y vivían en la fábrica. Pedro dormía en un precario y húmedo cobertizo y Catarino en un cuarto ubicado en el perímetro de la factoría. Movido por el miedo, Pedro dijo ignorar cómo se perdieron los tablones pero argumentó que el cuarto de la carpintería carecía de puertas y estaba abandonada. Días después habían aparecido dos tablones, pero faltaban aún seis, cuyo valor ascendía a 60 pesos. Por la declaración de Catarino, sabemos que en la fábrica vivían niños, aunque no sabemos si eran trabajadores. Y es que presa del temor, declaró que sabía por su padre, que “unos niños que vivían dentro de la misma fábrica” se los habían llevado, suponiendo que con el permiso del propietario. Finalmente, Pedro confesó haber tomado las tablas faltantes y que su hijo lo sabía; dos las usó como cama pues el piso del cobertizo donde dormía estaba muy húmedo. Una la usó como repisa y otras dos como cerca de la puerta. Ambos fueron apresados y despedidos. Se presumió que el pavo había sido devorado por los coyotes, pues no dormía en el corral, sino en un arbusto. Aunque en las noches soltaban a los canes, se oían sus aullidos en las inmediaciones.

El 3 de octubre fueron sustraídas unas madejas de hilaza. En este caso, Maciel demandó a Daniel Oviedo, de Hércules. Oviedo era ayudante del trocilero Guadalupe Barreda –también de Hércules. Al término de su jornada entregó al escribiente tres sacadas de hilo, es decir, quince madejas. Pero, al hacer la cuenta faltaba una. Oviedo reclamó que alguien se la había escondido mientras había ido a orinar. El escribiente Valentín Espinoza la encontró en un bote, junto con otras tres, sin saber de quién eran. Así que encerró a Oviedo bajo llave, en el cuarto de un batiente a cargo de Julio Moya. De inmediato se dio aviso por teléfono a Maciel. No obstante, Barreda ayudó a Oviedo a escapar, aprovechando la hora en que entraban a trabajar todos -las dos de la tarde. Así que se dio aviso a las autoridades de Hércules, para que detuvieran a Oviedo, que vivía en el barrio de Santiago.

Apenas cuatro días después, el viudo de 34 años de edad J. Cármen Chávez fue acusado por el robo de “unas lanzaderas para telar y tres cajas con corredores para trociles”. Este tejedor vivía en los terrenos de la fábrica y fue incriminado por otros trabajadores. Todo inició cuando Maciel denunció que un joven de apellido Amezquita, que vivía en la esquina de Maravillas y Estampa del Espíritu Santo, andaba vendiendo unas lanzaderas. Fue apresado y se deslindó asegurando que Pablo Munguía las traía a la venta. Pero Pablo explicó a su vez que J. Carmen se las vendió estando en un extremo de la Alameda. Eran 40 lanzaderas y 3 cajas de argollas para trociles que llevaba ocultas en un sapare. Y que se las había dado un individuo que venía de México para que las vendiera. Agregó que J. Carmen le pidió por ellas 65 pesos, pero él le ofreció 40, y finalmente se las dejó en 55 pesos, quedándole a deber 5 pesos en espera de la factura. J. Carmen era un viudo de 44 años, vecino de la calle del Tecolote. Aseguró que fue incriminado falsamente y citó como fiadores de su buena conducta a Jesús Aguilar y al propio Maciel. A su retorno de México, Maciel aclaró no tener ninguna sospecha de J. Carmen, pues trabajaba con él desde hacía años en distintos quehaceres y en distintas épocas, siempre con honradez. Así que sólo pidió recuperar lo perdido. Se habían incautado canillas nuevas y usadas. Maciel sólo reconoció como propias las primeras, que valían 40 pesos de plata. Las usadas valían 50 centavos cada una, y las tres cajas de corredores para trociles valían 10 pesos cada una. Maciel recibió todo, lo cual importaba 58 pesos.

En septiembre, Maciel se había casado y mudado a la calle de Juárez Núm. 4. El 18 de noviembre hacía frente a otro robo de canillas de hilaza. Demandó a tres trabajadores por ello: el cambayero Delfino González, originario de Querétaro, que vivía en Cabrera núm. 1; el tejedor Miguel González, del Molino de La Purísima; el tejedor José Solís, de Hércules. Las investigaciones mostraron un mercado oculto de hilaza robada por operarios de las textileras en provecho de pequeños “obradores” o cambayeros independientes, que vendían sus productos en la plaza del mercado. El caso inició cuando Maciel envió a J. Jesús González a comprar para su gasto un poco de harina. Cuando la llevó a la fábrica, aprovechó para tomar un costal vacío y depositar en él varios objetos. Interrogado por Maciel sobre el contenido del saco, González echó a correr dejando tirado su sombrero. La denuncia de Maciel ante la oficina de Comisiones de Seguridad, llevó a catear su domicilio, conocido como la finca del “zaguán grande”. Ahí, a su hermano Delfino le encontraron varias canillas de San José y otras de la Compañía Bonetera. Las compraba a los trabajadores de las fábricas, pues era cambayero y le salía más barata esa hilaza. Las autoridades insistían en saber cómo las sustraían los trabajadores. González fue acusado de encubridor y llevado al día siguiente hasta la fábrica para que identificara a los culpables. Fueron detenidos Miguel González y José Solís, quienes le habían vendido las canillas robadas en doce pesos papel infalsificable. José Solís reconoció haber participado al no tener para almorzar y obligado por el hambre. Delfino agregó que también una mujer desconocida le había vendido unas canillas, en la plaza, donde vendía su cambaya. El industrial estadounidense y gerente de la Bonetera Queretana, S.A., don L. Alduich se presentó y aseguró que eran suyas 14 canillas.

La situación de la fábrica Hércules era la misma. Los implicados eran los operarios, pero también sus vigilantes y sus soldados. En 1916, era administrada por dos industriales manufactureros extranjeros, que vivían en la fábrica: Swhaw Barker, casado, de 36 años y originario de Manchester; y Alfredo Snowden, soltero de 39 años. Desde el 17 de enero de 1916, los robos de canillas de hilo y de mantas fueron continuos. Los trabajadores involucrados eran de los barrios de Hércules –Avenida Hércules, Calle Real, La Cruz, Santiago, Canoas, Tejas, Cuesta Colorada- y otros, aunque asentados ahí, provenían de La Cañada y Amascala, o de ranchos de haciendas cercanas _El Durazno, de Miranda, y Bolaños. Uno era de la ciudad de Querétaro y otro de San Miguel de Allende.

También sufrían robos en los carros de la Estación de Ferrocarril, donde la Hércules guardaba pacas de manta para su traslado. El 30 de octubre, Snowdem y el velador de la fábrica Juan Olvera –originario de Balvanera pero residente en la fábrica – demandaron a quien resultara responsable por el robo de mantas de la fábrica y por lesiones a Juan. Otro robo de pacas ocurrió el 4 de agosto. Fue detenido por sospecha de colusión en el robo de 120 piezas de manta, el operario de 38 años, Cipriano Moreno, del barrio de La Laguna, de Hércules. El robo fue cometido por 12 hombres armados, que rompieron los candados del carro de ferrocarril y amarraron al velador, que era Cipriano. Éste último dio de inmediato aviso a la fábrica, pero los ladrones huyeron, y “sólo se oía el ladrido de los perros en los cerros”. De nada le sirvió a Cipriano, pues fue sospechoso para el administrador, al no tener las manos lastimadas y detenido, aunque fue liberado por falta de pruebas.

Al año siguiente, el 23 de abril de 1917, la miseria y la explotación llevaron a los trabajadores de las fábricas Hércules, San José de la Montaña y compañía Bonetera Queretana, a declarar su primera huelga. Según José Félix Zavala, San José de la Montaña era en 1935 una de las factorías más importantes, que al lado de la Hércules, la Concordia y Queretana Textilfueron base de la industrialización de Querétaro.

*Doctora en ciencias sociales por la Universidad Autónoma de Querétaro con especialidad en estudios socioterritoriales.

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