LA DANZA Y LA RESISTENCIA: 489 AÑOS DE TRADICIÓN

Por: Alejandro Ruiz

Querétaro, Querétaro 16 de septiembre del 2020

12 de septiembre

Los cascabeles suenan distantes, arrítmicos, como marcando pasos que van y vienen en la oscuridad. La armonía de las conchas comienza a cobrar forma y a fusionarse con el vaivén del barrio. Son las diez de la noche, y en las entrañas de San Francisquito cantos de alabanza nacen desde los oratorios. El humo del copal asciende. Y en Dr. Lucio número 57 ha iniciado ya la velación.

A la entrada del oratorio de la mesa de fundamento de Don Atilano Aguilar, una cinta amarilla rodea los accesos. En la puerta, una comisión de danzantes y vecinos de San Francisquito – armados con termómetros, cubre bocas y gel antibacterial – se encargan de vigilar el cumplimiento de las medidas sanitarias. En las paredes de los pasillos se pueden observar letreros que advierten a los asistentes del uso del cubre bocas para prevenir contagios. Con miradas y palabras fraternas, los danzantes concheros se recuerdan a sí mismos la importancia de guardar la sana distancia y de realizar las medidas sanitarias recomendadas.

Llegan decenas de danzantes, y dentro del oratorio la velación sigue su curso. Caretas, cubre bocas y paliacates ocultan los rostros de las y los presentes, quienes motivados por un sentimiento profundo, cantan a las ánimas y piden permiso a los cuatro vientos para seguir preservando su tradición.

El silencio llega a ratos, y la solemnidad en el espacio es abrumadora. De pronto, un canto se escucha desde el centro de la habitación y las conchas comienzan a sonar al unísono. El copal vuelve a humear purificando el alma de quienes vienen a ofrendar. Al frente, un par de mujeres arrodilladas -con el fuego de las veladoras reflejado en sus ojos- reciben las ofrendas de quienes van llegando. El tiempo discurre sin la menor importancia, diluyéndose entre los cantos y alabanzas que al paso de la noche se intensifican. Los rostros enrojecidos son el reflejo de aquella experiencia mística que se traduce en el grito de guerra: “¡Él es dios!”

Las luces se apagan, y sólo el fuego rojizo de las veladoras alumbra la habitación. Se nombran a los santos y a los muertos, guardianes de los cuatro vientos. El fuego comienza a crecer, y arrodillados, los concheros rinden una ofrenda a las ánimas que guían el camino.

“Esta tradición es nuestra” – dice un conchero mientras toma un sorbo de café en el pasillo – “nadie nos la puede quitar. Hemos resistido tantas guerras, epidemias y revoluciones, y la danza sigue viva. Ellos no entienden que esto es mucho más profundo que el turismo y el dinero, la danza es el alimento de nuestro espíritu, lo que constituye nuestra identidad.”

Las luces se encienden, y las pupilas dilatadas por la luz comienzan a normalizarse. Charlas dispersas se escuchan a lo lejos. Se comparten los alimentos, y en ese breve espacio en donde lo cotidiano se realiza, hay un clima de incertidumbre y expectación.

Tras las declaraciones del clero y el gobierno municipal, de que este año no se permitiría danzar en la exaltación ni en la ofrenda a la santa cruz de los milagros. Algunas mesas concheras – entre ellas la del capitán Miguel Martínez – determinaron que sí iban a realizar la tradición, pues esas decisiones no dependen de la iglesia o el estado, sino de las propias mesas concheras.

Así mismo, insistieron en que tomarían las medidas sanitarias necesarias para prevenir contagios entre las y los danzantes e invitaron a la sociedad en general a no asistir a las ofrendas, pues apremiando el cuidado colectivo, instaron a evitar aglomeraciones masivas y quedarse en casa.

“La danza no es un espectáculo, eso debe de quedar bien claro.” – agregó Miguel Martínez, capitán general de la mesa de fundamento de don Atilano Aguilar – “es el alimento de nuestro espíritu, es nuestra tradición y vivimos por ella, no de ella.”


13 de septiembre

Pasan las horas, y después de preparar la cucharilla para realizar la ofrenda a la santa cruz de los milagros, un silencio espectral comienza a reinar sobre el oratorio. Una voz baja pronuncia palabras inteligibles, una cuerda afinándose quedamente acompaña la noche. El ruido del movimiento humano nos devuelve al mundo terrenal: suspiros, bostezos, exhalaciones, todo ello da cuenta del cansancio. Son las cuatro de la mañana del 13 de septiembre, y en unas horas la velación terminará.

Afuera del oratorio, sobre la calle de doctor lucio; un grupo de vecinos y danzantes comienzan a preguntarse, incrédulos, si es cierto el rumor de que la mesa del capitán Santiago Aguillón saldrá a danzar a las cinco de la mañana.

La recomendación gubernamental fue muy clara: no habrá danzas ni recorrido este año; tan sólo se recibirán comisiones de 15 concheros en la parroquia de la Santa Cruz para que puedan presentar su ofrenda. Sin embargo, varias mesas organizaron desde sus oratorios las velaciones y danzas para cumplir con la tradición.

La hora llegó y las columnas comenzaron a formarse. Las primeras rutas del transporte público comenzaban a circular, varios trabajadores iban encaminándose a cumplir su jornada laboral. De pronto, un grito surgió desde las filas de danzantes, comenzó a sonar el huéhuetl mientras las columnas avanzaban sobre avenida Zaragoza a la altura de los arcos. Eran cerca de ciento cincuenta danzantes, quienes en punto de las cinco de la mañana del 13 de septiembre realizaron su recorrido hacia la Santa Cruz.

La tensión se rompió, pues había salido ya la primera mesa a dar su recorrido. El día avanzó, y al paso de las horas podía verse a más danzantes llegando al barrio de san francisquito. En punto de las seis de la tarde, la mesa de fundamento de don Atilano Aguilar alistó la ofrenda que habían elaborado durante la velación. Y desde la calle de Dr. Lucio, un grupo de trescientos danzantes salieron a presentar su veneración a la santa cruz de los milagros.

Los copillis contrastaban con las caretas y cubre bocas; una cinta amarilla acordonaba el contingente de danzantes. Al llegar a la explanada del templo de la cruz, vecinos voluntarios del barrio de san francisquito comenzaron a cercar el perímetro del círculo de la danza. Fueron midiendo la temperatura y regalando cubre bocas a quienes estupefactos, miraban desde las orillas la ofrenda de los danzantes.

Cayó la noche, y poco a poco más concheros fueron integrándose al círculo de la danza. Algunas patrullas y unidades de protección civil rondaban la zona, pero no intervinieron en absoluto para dispersar a los espectadores. De pronto, justo momentos antes de ingresar a entregar la ofrenda al templo de la cruz, la luz de la explanada principal del templo se apagó, dejando a oscuras a cientos de personas que lejos de inmutarse, continuaron realizando las sagradas formas de la danza.

La iglesia, a regañadientes, abrió las puertas del convento y recibió a 15 danzantes para que entregaran su ofrenda. Su mirada siempre clavada en la santa cruz, nunca dando la espalda a la reliquia sagrada. Los ojos, inmutables y serenos, vigilaban sigilosos su ofrenda, mientras sus cuerpos caminaban hacia atrás hasta perderse en la oscuridad.

De pronto sonaron los caracoles, y los danzantes que integraban el círculo comenzaron a formar columnas. A los costados, y cargando el material de sanitización, los vecinos y voluntarios resguardaban el contingente de concheros. Sonaba el huéuetl y tambores, y al frente los estandartes de las mesas dirigían el trayecto de regreso a los cuarteles. Al cabo de un par de minutos, la calma volvió a reinar en las calles y dentro de los cuarteles se preparaban las acciones del día siguiente.


14 de septiembre

Nubes grises se posaron sobre el barrio, la calma de la mañana daba una apriencia de quietud. Algunos medios de comunicación habían hablado de la danza del día anterior, la mayoría desatando comentarios de desprecio que sólo reflejaban la incomprensión de lo que estaba sucediendo. Algunos argumentaban que fue un acto de irresponsabilidad el haber salido a danzar. Otros, sin mesura, culpaban a los concheros de un posible retorno a semáforo rojo, como si olvidarán el pésimo manejo de la pandemia que las autoridades estatales y municipales han hecho de ella. Inclusive otros, evidenciando su desprecio y prejuicios sobre los pueblos y comunidades indígenas, reclamaban a la guardia municipal y la policía estatal el no haber “sacado a golpes” a los danzantes la tarde/noche anterior.

Comenzaron a formarse las columnas frente al oratorio de dr. lucio; y avanzando sobre la calle de 21 de marzo, el contingente de concheros llegó a la iglesia de la divina pastora para continuar la danza en el barrio de san francisquito. La imagen era muy parecida a la del día anterior, caretas, cubre bocas y la distancia entre las y los danzantes. De pronto, una delegación de la comunidad de Santiago Mexquititlán arribó al barrio, y fue recibida dentro del círculo de la danza.

Desde la iglesia, comenzaba a hablar una persona en el micrófono. Estaba iniciando una asamblea constitutiva, dirigida por las mesas concheras y los vecinos del barrio. Y después de un saludo afectuoso, ritos sagrados y cantos: se declaró la creación de la Confederación Indígena del barrio de San Francisquito.

“Nosotros tenemos muy en claro que nuestro territorio y nuestras tradiciones están bajo amenaza. Por eso hemos definido crear esta estructura de autogobierno, en base al artículo 2 de la constitución. Hemos decidido avanzar hacia la autonomía en nuestro barrio, y crear nuestro autogobierno.” – dijo un orador al micrófono.

El júbilo entre quienes ahí estaban era evidente. Pues las risas de alegría y orgullo inundaban los rostros de la multitud. Este día, el barrio y los concheros habían inaugurado un nuevo capítulo en la historia de la ciudad de Querétaro. Donde vuelven a florecer el canto, la danza y la palabra, así como la dignidad de los pueblos y comunidades indígenas.

Al mirar a estos hombres y mujeres, miles de interrogantes se revelan al instante. Pues debe de haber algo más profundo que los vestigios retratados en viejos libros. Algo más allá del reflejo del pasado en las ruinas coloniales sobre las que se erigen las ciudades. Queda siempre en nosotros algo del pasado; algo que nos habita y nos planta en el presente. Algo más allá de las decadentes narrativas de occidente y la modernidad. Algo en nosotros que vuelve a florecer.

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